El MISTERIO del TIEMPO
Dramaturgias de Archivo. Dirección y puesta en escena de Gastón Marioni. Dramaturgia a cargo de: Gustavo Wilson, Patricia Casalvieri, Susana Tale, Walter Rodríguez y Carlos Peláez. Con Emmanuel Sedan, María Antonio, Damián Bonini, Melani D’Ambrosio, Adrián Niklinski, María Gabriela Lage, y Patricia Casalvieri. En Archivo Provincial Ricardo Levene. Calle 49 N° 588 entre 6 y 7, 2° piso de La Plata. Funciones: sábado 29 de diciembre de 2025, 19 y 21 horas.
En el corazón del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires Dr. Ricardo Levene, bajo la dirección de Alicia Sarno, nacieron estas obras que buscaron abrir un territorio para la investigación artística. Allí la dramaturgia encontró un pulso propio y volvió visible la historia provincial. Los documentos, provenientes de fondos judiciales, dialogan con cuatro ejes: perspectiva de género, pueblos originarios y fronteras, afrodescendientes y figuras decisivas de la memoria bonaerense.
En ese espacio vivo se entrelazan cinco historias, condensadas en fragmentos seleccionados de un total de veinticuatro obras. 34-1-5-1, La memoria es un campo de batalla, de Susana Tale, coloca en el centro a María Josefa Cortez, mujer india que mató a su pareja tras sufrir violencia. La actriz María Gabriela Lage encarna a Josefina, funcionaria del archivo que, en un trance súbito, ingresa al pasado y presencia los hechos. Comprende que la historia no cambia su cauce, aunque sí su resonancia en el presente. María Josefa, Quilmes desterrada, iletrada y vulnerable, fue condenada a una muerte brutal por ahorcamiento, pero la fiebre la adelantó a su destino. Desde los manuscritos, su voz irrumpe como un grito que la historia quiso acallar.
Más adelante, el pasillo del archivo se enciende con Lengua de paraguatá, de Carlos Peláez, un homenaje a la cultura marrón. Sobre lo alto de una escalera, Adrián Niklinski interpreta a José I. Marín, indio hermafrodita juzgado en 1784. Asistente de un sacerdote jesuita, vivió con él un amor clandestino, ardiente y culposo. En ese territorio de fracturas surge María Ignacia —hembra pez en cuerpo de hombre—, figura que encarna el deseo y la ruptura, siempre al borde del margen.
A medida que avanza el recorrido, se abre paso Cuando baje la polvareda, de Gustavo Wilson. Su trama nace del cruce entre “Catriel” (1878) y “Saturnina” (1872). Una madre solicita al gobierno un pasaje para recuperar a su hija, cautiva de un malón y liberada en Carmen de Patagones. Damián Bonini interpreta a un historiador que repone esa leyenda marcada por el tráfico de tierras y la tensión persistente entre indios y criollos como parte de la vieja antinomia que marcó nuestra cultura: civilización y barbarie. Entonces aparece “la cautiva”, figura espectral que reclama un destino del que los archivos solo guardan fragmentos.
Hacia el tramo final, emerge La expósita, de Walter Rodríguez, inspirada en la historia de Josefa Puerta en 1804. Mientras España lucha contra Napoleón y Buenos Aires arde en intrigas, un joven Mariano Moreno defiende a esta mujer abusada por un funcionario y amparada por la Casa de los Niños Expósitos. Su voz, recién nacida en la escritura, anuncia que nuevas ilusiones florecen cuando se conoce la propia dignidad. En ella, Moreno encuentra otra razón para su lucha.
Como cierre, Tiempo de adviento, de Patricia Casalvieri, introduce la memoria reciente. Basada en el fondo documental de Adelina Dematti de Alaye, Madre de Plaza de Mayo, la obra se escribe como un diario íntimo donde la palabra se vuelve resistencia. Evoca el ayuno de aquellas madres en la catedral de Quilmes, quienes exigían la aparición con vida de sus hijos. Es teatro que tiembla, que recuerda, que no deja caer la voz.
En el corazón de la propuesta, la dirección de Gastón Marioni, articula veinticuatro dramaturgias, cada una hecha de materialidades históricas y gesto escénico. El Archivo dejó de ser telón de fondo y se volvió escenario: un universo de tres millones de piezas por descubrir. En ese recinto no convencional la teatralidad abrió caminos. La mirada del otro se convirtió en materia viva. Y en ese cruce compartido —breve y decisivo— nació el convivio.
Y así, frente a lo que algunos imaginan como un depósito silencioso, el archivo revela su verdad: allí la historia respira. Sus personajes invisibles todavía murmuran lo que no queremos oír. Conocerla para no repetirla es necesario; mirarla de nuevo, desde voces renovadas, es un ejercicio luminoso. Cada vez que lo hacemos, la historia —lejos de apagarse— vuelve a encenderse para producir nuevos sentidos.


